Las tropillas entabladas son
todavía recurso indispensable
La atípica Exposición Rural, sin toros, vacas, ovejas, chanchos y cabras, ofreció una demostración criolla exógena, usando el eufemismo para no confundir la mención con crítica. El público vio el manso trotar de ocho tropillas tras la yegua madrina en unas pocas evoluciones elementales, que culminaron en lo que se anunció como el entrevero. La tropilla entablada es una antigua habilidad criolla, ingeniada por el gaucho obligado por el desamparo del desierto, que debía cruzar a caballo durante días y días. Tener reunida la tropilla y cambiar caballo al carecer de corral -o de un sustituto-, eran unas de las dificultades de esa vida errabunda. Aun cuando el desierto llegó a poblarse, tener a mano una tropilla y agarrar caballo y ensillar en pleno campo, hasta hoy es un trastorno insoluble. De aquí que la tropilla agrupada por el instinto animal y la hábil paciencia del resero, especialmente, continúa siendo un recurso indispensable.
El entrevero de tropillas tiene un origen curioso que se remonta exactamente a 1971. El lugar: el parque criollo Ricardo Güiraldes, de San Antonio de Areco. Quedamos testigos, tanto del caso, como de su casualidad que lo provocó. Podemos narrarlo con absoluta veracidad.
Fue en la Fiesta de la Tradición, en noviembre de 1971. En el programa, la elección de la mejor tropilla entablada. Unas cincuenta en total, se aprestaban a pasar frente al jurado, de a una. En los palenques de la Playa de Doma y Destreza estaba finalizando el preparativo para largar el último potro de muestra de jineteada. Fue allí donde se produjo un serio incidente entre Johnny Sills, el veterano organizador de ese espectáculo, y Tito Tailhade, de genio vivo, desenvainó el cuchillo y amenazó a Sills, que, para disuadir la inminente agresión, sacó su revólver y disparó al aire. El desbande del público fue instantáneo. Ante la situación, Roberto Sills, hijo de Johnny, se acercó y levantó a su padre en ancas de su caballo, emprendiendo el galope para alejarlo del lugar. La escena trae a la memoria la letra de la milonga "El moreno", de Alberto Güiraldes.
El moreno, gaucho en todas las destrezas, además de leal conducta, "se ha disgraciao", matando en pelea. El patrón, después de esconderlo en un galpón de la estancia, le alcanza su mejor caballo y, ante la persecución policial que se prepara, le dice: "Acomodate moreno,/metele lonja que es güeno/que no te van a alcanzar".
La jura de las tropillas estaba por comenzar. El comodoro Juan José Güiraldes escuchaba a su hermano Adolfo la advertencia de que el público, ante la gravedad del incidente, se dispersaría, malogrando la fiesta. Fue entonces que el comodoro, sin tono de alarma, se dirigió a los tropilleros ordenándoles que salgan a la playa y que, en orden, hagan galopar a sus tropillas. "Galopen, galopen, galopen", era la repetida indicación. Así lo hicieron. El campo se pobló de a poco con las cincuenta tropillas.
Una vez que cumplieron con la indicación, recibieron otra: "Crúcense, crúcense, crúcense". Y así se produjo el inesperado espectáculo de un remolino enorme de caballos de todo pelaje, mezclados al galope, deshecha la formación de la tropilla.
En medio de la polvareda se oían tañidos de cencerros, relinchos, retumbar de vasos, animados gritos. El público olvidó el conato de pelea. Asistió a ese espectáculo, que culminó con todas y cada una de las tropillas integradas, sin la pérdida de ningún animal. La ovación que recibió el espectáculo, fuera absolutamente del programa, y fruto de la inspiración espontánea, resultó el origen de la muestra del genio creador e intuitivo del hombre de a caballo argentino. Desde aquel entonces se está haciendo popular el entrevero de tropillas en las fiestas gauchas. La propiedad intelectual no es agraviada, pues las destrezas son de todos y no son de nadie.
Por Ricardo Monserrat para La Nación